miércoles, 3 de febrero de 2021

El misterio del zafiro - capítulo 22


 

22

Abrí los ojos con rapidez, aunque me había dado un fuerte golpe en la frente. Pero el tío Rubén ya se encontraba a mi lado, sujetando al intruso, y Bubee encendió la lámpara enseguida. ¡Cuál fue mi sorpresa al observar el rostro de Sargón!

—¿Qué haces aquí? —pregunté. 

El tío Rubén no soltó el brazo del chico. 

—Eres un esclavo que trabaja para la dama Nefertiti —dijo Ima—. ¿Qué haces aquí? —repitió.

El mentón de Sargón tembló con fuerza: —No quiero volver a casa de la dama Nefertiti. Por favor, señora. 

¿Señora? Las facciones de Ima se suavizaron. Reconocí una batalla perdida. Ima tenía más compasión que dinero.

—No podemos enviarlo a la oscuridad. ¿O sí? —Ima pidió la opinión del tío Rubén y de Bubee. 

—Por supuesto que no. Aunque nos has dado un tremendo susto —refunfuñó Bubee. 

—Lo siento. Pido disculpas a todos. Sobre todo a ti, Adina. 

Eso mejoró las cosas, pero lo tendría vigilado. Mi estómago me informó que ya amanecía, aunque fuera de la casa nada revelaba que se trataba de un nuevo día. Eché de menos el canto del gallo y los ladridos de los perros. Al parecer todos los animales dormían, incluso los insectos. 

Ima repartió pan del día anterior y bebimos agua. Sargón comió con desesperación. 

—Bubee, cuenta una historia —le rogó Ima. 

Bubee asintió. Continuó con la vida del patriarca José y me perdí en sus palabras. Aún así, percibí la emoción de Sargón quien se tensaba en las partes más emocionantes del relato. Ambos andaban por la misma edad, los diecisiete años. José había sido vendido por sus hermanos. ¿Cómo se había vuelto un esclavo Sargón?

José trabajó para Potifar. Adina se preguntó si Sargón había sentido la misma humillación en casa de Nefertiti: lavar pisos, atender a Manu, ser un don nadie. Sargón también sabía el horror de un castigo injusto.  

José descifró el sueño de faraón y cambió de estatus, pero sus hermanos llegaron a Egipto. Allí estaban los hermanos ingratos, postrándose ante José como en sus sueños de adolescente, ignorantes del destino de su hermano menor. 

Aguardaba con ansias el desenlace. Que José los metiera a la cárcel. Eso merecían los criminales. Pero José… ¡los perdonó! No oculté mi desilusión. 

—Vaya, Bubee, eso no está bien. 

—¿Tú qué hubieras hecho, Adina?

—No lo sé; hacerlos sufrir un poquito más. 

—¿Y crees que no sufrieron al pensar que su hermano menor, Benjamín, quedaría preso? 

Sargón asintió dos veces. Bubee prosiguió. José los perdonó y todos viajaron a Egipto, donde muchos años después, ahí estábamos nosotros, esclavos de un reino poderoso. Ima, Bubee y yo nos dedicamos a hilar al finalizar la historia. El tío Rubén le pasó madera a Sargón para que la tallara. Aprovecharían el tiempo preparando herramienta. 

—Tu Dios es poderoso, Adina —me dijo Sargón más tarde cuando estuvimos solos por unos segundos. 

—¿Por eso viniste aquí?

—Sí. No sabía a dónde ir. Tu Dios es tan poderoso que puede hacer que algo que parezca malo, se torne en bueno.

Quizá tenía razón, aunque no estaba segura de cómo.


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D.R. ©️ Keila Ochoa

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