14 - El gran día
Nos despertamos con el pie izquierdo. La primera tragedia fue la ropa. Todos iban vestidos de gala, incluso la chica que tocaba la viola y que en los ensayos siempre había traído pantalones de mezclilla. El traje negro de mi papá, el mejor que tenía, palidecía ante ellos.
—Debí rentar un frac —susurró.
El segundo problema surgió cuando se dio cuenta que había dejado su batuta en el hotel. ¡Su batuta de la suerte!
—Sinfónico, investiga cómo se dice batuta y pídele al conserje que vaya por ella.
Con agilidad busqué en el diccionario de bolsillo y le dije al hombre que nos ayudaba en todo: —Mon pére…. oublié… son… baguette…
¿Baguette? ¿No era ese un pan? Rogué que el hombre no se equivocara. ¿Cómo se vería mi papá dirigiendo con un trozo de pan en la mano?
La gota que derramó el vaso fue cuando observé el programa que sujetaba con la mano derecha.
“Chef d’orchestre”
¿Qué tenía que ver la música con la comida?…
“Chef d’orchestre: S. L. Guzmán”.
¿S. L? Como cuando el agua se pone fría sin previo aviso cuando estás en la ducha, supe lo que había pasado. Los encargados de invitar a mi papá cometieron una terrible equivocación. Buscaron en Internet L. Guzmán y dieron con mi papá, cuando en realidad necesitaban a San Lorenzo Guzmán, el director de la Sinfónica Nacional.
Se llama San Lorenzo porque sus padres vieron eso en el calendario el día que nació y así lo nombraron. Esto de los nombres puede ser una pesadilla, ¿verdad?
Tuve que confesarle mi descubrimiento, y mi papá se puso más pálido que una partitura vacía.
—Al lado del maestro, soy un don nadie, hijo. Debo contárselo a los encargados.
Así lo hizo y aguardó el veredicto. Yo estaba detrás de él cuando los hombres discutieron en voz alta y luego en susurros en una esquina.
—Es muy tarde para cambiar. Dirija usted, maestro.
—Pero…
—Recuerde que no está aquí para complacerse a sí mismo, sino para deleitar al público.
Faltaban quince minutos para comenzar y mi papá me llevó al cuarto que le habían asignado para prepararse. Suspiró largamente antes de hablar.
—Quizá este no es el mejor momento para hablar de esto. Pensaba hacerlo en el avión, o en el hotel, o en la calle. Pero, bueno, quiero contarte algo. De niño no me gustaban mis clases de música.
El tema me interesó.
—La mamá de Margarita… —la rusa— … quería enseñar música. Mi mamá decidió que sería bueno para mí. Pero yo detestaba el piano. Ni siquiera teníamos piano en la casa. Tenía que practicar en un tecladito que la mitad del tiempo no funcionaba. Yo quería aprender karate.
¡Y yo taekwondo!
—Hoy estoy aquí, a punto de dirigir una orquesta de renombre, no porque yo sea mejor que otros, sino porque la vida está llena de sorpresas, Sinfónico. Cosas que no merecemos, oportunidades increíbles, equivocaciones afortunadas.
El juego de palabras me confundió.
—¿Te gustan las clases de música?
¡Mi gran oportunidad!
—No respondas. Tu mamá me ha dicho que quieres practicar taekwondo con Rodrigo. Y está bien. No es malo. Quizá podamos cambiar tus clases con el maestro Estradivario a lunes y jueves para que entrenes el martes y el viernes con tu amigo. Pero no dejes la música, Sinfónico. No aún.
Me tomó de las manos.
—Dame dos años de clases de violín, luego tú decidirás si sigues o no. Lo mismo me pidió mi mamá y no me arrepiento. No quiero que seas un director de orquesta como yo, ni siquiera un violinista famoso. Solo quiero que recibas el regalo de la música. La música, Sinfónico, es un lenguaje. Es como hablar un segundo idioma. En él hablas con el corazón, a veces para otras personas, a veces para ti mismo. ¿Sabes por qué te quise llamar Sinfónico?
Me lo había preguntado mil veces.
—Una sinfonía es algo que suena acorde. Es una composición donde hay movimientos lentos, otros alegres, unos pausados, pero que forman parte de un mismo tema. Lo único que quiero es que en tu vida haya armonía, y la música puede lograr eso si la usas bien.
Alguien tocó la puerta y mi papá se arregló la corbata. Definitivamente debía haber vestido un smoking. Hizo una breve pausa y me sonrió: —La música es mi regalo para ti, Sinfónico. Quizá no soy de esos padres que juegan futbol con sus hijos o que juega luchitas. Pero, todo esto que hago, dirigir una orquesta, obligarte a clases de música, traerte conmigo, todo esto es porque quiero darle un poco de música a tu vida.
Nos abrazamos y lo vi salir. Me escondí detrás de la cortina y lo vi dirigir la orquesta de Grenoble. Su primera y última vez.
Por si te lo preguntas, no salió tan mal. De hecho, la última pieza fue una de Bach.
Y si te preguntas por la batuta, nunca llegó. El hombre en cuestión me trajo una baguette. Pero me la comí durante el concierto y estuvo deliciosa.
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D.R. ©️ Keila Ochoa
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