jueves, 3 de diciembre de 2020

Los intentos de Sinfónico Guzmán, capítulo 3


 

3 - El maestro

—Mañana es viernes —me recordó Rodrigo. 

¿Creía que se me olvidaría? ¡Jamás! Desde el lunes llevaba la cuenta. 

—Tomaré una clase. Cuando mi papá vea que no funciona, le pediré que me inscriba en el gimnasio. 

Rodrigo no pareció muy convencido. Por lo menos los alumnos de otros grados habían olvidado mi desafortunado nombre. Mis compañeros de clase lo mencionaban de vez en cuando, pero como en Educación Física metí dos goles y en Historia saqué diez, decidieron no molestarme. Además, Rodrigo seguía siendo mi mejor amigo, y siempre es conveniente tener de tu lado al hijo del director de la escuela.

Tristemente, todas mis penas se acumularon a las cuatro de la tarde cuando alguien tocó el timbre y mi mamá anunció que había llegado mi maestro de violín. 

Mi papá había traído un violín desde el martes. Lo dejó en la mesa del comedor, donde aún seguía. 

Un hombre de baja estatura, piel morena y un bigote cómico que se removía cada vez que estornudaba, se presentó como el maestro Estradivario Pérez.

No me reí del nombre. Debí haberlo sospechado. Mi papá no elegiría a cualquiera. 

—Acabo de mudarme a la ciudad —le explicó a mi mamá quien lo saludó como si hubiera llegado el presidente municipal—. Estudié en la capital y toqué en la Filarmónica Nacional. Seré el primer violín en la orquesta de su marido.

—Maestro, es un verdadero privilegio. ¿Verdad, Luis? 

Supuse que sí. Aunque no estaba seguro si el privilegio era que tocara en la orquesta de mi papá o fuera mi maestro. El primer violín, según me explicó mi papá, es el que toca los solos en algunas piezas y guía al resto. Estradivario Pérez no me parecía un hombre digno del puesto. Era alérgico casi a todo, por eso estornudaba tanto.

Mi mamá trajo mi violín y el maestro empezó a afinarlo. 

—Los dejo solos —susurró mi mamá. 

Yo me senté lejos del maestro. 

—¿Y por qué quieres tocar el violín?

Podía decir la verdad: «Mi papá me obliga». 

—Supongo que es el instrumento más fácil de tocar. En la orquesta hay treinta de ellos. Si fuera un instrumento complicado, no habría tantos. 

El maestro Pérez no lució muy contento con mi respuesta. 

—Acércate. 

Primero, me enseñó las partes del violín. La voluta, el mango, el diapasón, el filete… Frutas, carne y palabras desconocidas. ¿De qué me servía saber todo eso?

Luego me habló de la importancia de una postura correcta. Que así sí, que así no. Pensé que jamás usaría el arco, el palo que usas para que las cuerdas suenen, pero finalmente me pidió tocar una cuerda muchas veces, ¡cientos de veces! Y mientras lo hacía, corregía mi postura. Que así sí, que así no. 

¿Y cómo sonaba? Como el chillido de un gato. Me acordé de los gatos de mi vecina doña Sofi. Los imaginé escondidos debajo de la mesa, rogando que el vecino, es decir, yo, terminara su lección. 

—Nos vemos el martes, Sinfónico. 

¿Ya había terminado la clase? ¿Y qué era eso del martes? Mi papá no dijo nada de dos veces por semana. Esto era peor que la clase de Matemáticas después del recreo.

 


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D.R. ©️ Keila Ochoa

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