10 - El corno
Tomás y yo mirábamos la carretera. Después de secarse el sudor, enviar un mensaje en su celular, morder una barra de granola y beber un poco de agua, Tomás conversó conmigo.
—Todos estaban tan angustiados por subirse al camión que estuvieron a punto de olvidar sus instrumentos. ¿Lo puedes creer? Encontré un estuche de violín junto a un chelo. Pero no te preocupes, lo puse allá abajo, junto a la marimba de Juanita. Te aseguro que alguien estará muy agradecido conmigo.
Yo me había ido haciendo chiquito con cada frase. ¡Mi estrategia no había funcionado!
—Para un músico, su instrumento se convierte en su aliado, su amigo, su más preciado tesoro. Yo hasta le puse nombre a mi corno. Le digo Frenchy. ¡Frenchy! —gritó.
—¿Qué pasa? —preguntó mi papá que estaba al otro lado del pasillo.
—Dejé mi instrumento en una de las butacas de la sala de espera. Lo olvidé por completo.
Mariana y Juanita se empequeñecieron. Sarita se ruborizó. Tomás había visto por los instrumentos de los demás, y había olvidado el suyo. Mi papá explotó.
—Tomás, ¿y qué piensas tocar?
Seguramente Tomás estaba más preocupado que mi papá.
—Debo regresar —decidió en ese instante.
Tomás le pidió al chofer que parara. Se bajó del autobús y comenzó a pedir un aventón. En otras palabras, necesitaba que alguien lo llevara a la estación de autobuses. No supimos más de él porque el autobús siguió su trayecto. Mi papá se sentó a mi lado, y noté su nerviosismo. No dejaba de mover el pie y resoplaba cada cinco minutos.
Cuatro horas después, pues hubo tráfico, llegamos a nuestro destino. La orquesta ensayó en el teatro, sin Tomás. Luego los músicos se fueron a cambiar y arreglarse en el hotel frente al teatro, sin Tomás. A las seis en punto comenzó el concierto, sin Tomás. Pero Dios escuchó las muchas plegarias de mi papá, ya que lo escuché durante el trayecto conversar con Dios y pedir un milagro.
Tomás apareció durante el intermedio, con una camisa limpia y su inseparable corno. La pieza de Mozart era la cereza del pastel, la última del programa, y tenía un solo de corno. Tomás pudo interpretarla con el resto, y mi papá sonrió de oreja a oreja.
Cuando más tarde lo felicité por su interpretación, él sonrió: —Gracias. Me alegra haber vuelto. ¿Sabes que mi corno estaba allí, en el lugar exacto donde lo dejé?
—Y ahora, Sinfónico, vamos a ensayar —interrumpió el maestro Estradivario arqueando las cejas y pasándome el estuche de mi violín.
Entonces el rostro de Tomás se enrojeció. Seguramente descubrió que yo había sido quien había estado a punto de «olvidar» su instrumento.
(En el video, la pieza que interpretó Tomás)
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D.R. ©️ Keila Ochoa
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