9 - El viaje
¿Has viajado con una orquesta? Puede ser un verdadero caos. Debemos empacar los instrumentos, pero si hay que pasar la noche en un hotel, resta todo el equipaje, y las mujeres suelen llevar cosas como si se fueran a pasar una semana fuera, y no dos días.
La orquesta de mi papá recibió su primera invitación para tocar fuera de la ciudad. Para todos era el gran evento del año, así que mi papá decidió llevarme con él. Mi mamá tuvo que quedarse pues le habían sacado una muela.
Contrató un autobús para poder trasladarnos a la ciudad que estaba a tres horas de donde vivimos. Mi papá organizó que saliéramos el viernes temprano. El concierto sería por la tarde y volveríamos el sábado. Para mí la única buena noticia se resumía en que no iría a clases.
—Eres responsable de ponerte al corriente, Sinfónico —me advirtió la maestra Elena.
El maestro Estradivario tampoco se mostró condescendiente.
—Trae tu violín contigo. Estaremos juntos en el mismo hotel así que quizá te dé la séptima clase.
Así que aquel viernes aguardábamos en el andén de la central de autobuses con equipaje e instrumentos listos. Ya que iríamos en un camión especial, colocamos nuestras cosas en un rincón para no estorbar a los demás pasajeros.
En eso, un empleado de la línea de autobuses se acercó con la lengua de por fuera.
—Maestro Guzmán, el autobús que designamos para usted tiene una avería. Estamos esperando su remplazo.
—¿Y eso qué significa?
—Que saldremos una hora más tarde porque viene desde San Miguel.
Mi papá casi se desmaya. Llegar tarde equivalía a un severo problema. Pero incluso si saltara cinco veces, algo que yo hacía cuando estaba nervioso, debíamos esperar.
Solo lanzó una orden: —En cuanto llegue el autobús, abordaremos lo más rápido que se pueda. Tengan todo listo.
En esos cincuenta minutos en que aguardábamos nuestro transporte, se me ocurrió una idea. ¿Qué pasaría si olvidaba mi violín? ¡No más clases!
Coloqué mi estuche entre un chelo y un contrabajo donde nadie lo viera.
Pero no contaba con Tomás Hernández. Tomás tocaba la trompa o corno francés, un instrumento curvo que es probablemente el más difícil de tocar, aun más que el violín. Tomás tiene un gimnasio y levanta pesas, lo que daba un aspecto fuerte como un toro. Sin embargo, su personalidad más bien se describiría como amable; es todo un caballero.
Cuando mi papá escuchó el motor del autobús, empezó a agitar los brazos.
—¡Todos listos! Las maletas y los estuches más grandes abajo. Las bolsas de mano y los instrumentos más compactos, arriba.
Todos sujetaron su equipaje. Yo me colgué la mochila en la espalda y rogué que nadie se diera cuenta que no traía el estuche de mi violín. El maestro Estradivario estaba tan nervioso que abrazaba su propio violín y su pequeña maleta como si de ello dependiera su vida. Mi papá traía un portafolios con sus partituras y agitaba los brazos para apurarnos.
No bien se estacionó el autobús, el caos reinó. Imagínate a cuarenta músicos tratando de subir por una angosta puerta al mismo tiempo. Algunos se enfadaron, otros se pusieron nerviosos. Por ejemplo, Sarita más bajita que mi mamá, tocaba el contrabajo, uno de los instrumentos más pesados y grandes. En cuanto Tomás notó su predicamento, le dijo: —Tú sube al autobús y busca un asiento. Yo me encargo de tu contrabajo.
Lo mismo le ofreció a Mariana con su arpa y a Juanita con su marimba. Yo me encontraba tan entretenido mirando cómo todos se hacían paso para subir, que cuando me di cuenta, sólo restábamos Tomás y yo en la plataforma.
—¡Vamos! ¡Vamos! —nos apresuró mi padre.
Obedecí al instante y ocupé el asiento vacío junto a Tomás. El pobre lucía sudado y fatigado. Había subido la mayor parte de maletas e instrumentos que iban en la parte de abajo.
—¿Cómo va todo, campeón? —me sonrió cuando recuperó el aliento.
—De maravilla —suspiré.
Me había librado de mi violín. ¡Adiós, música! ¡Bienvenido taekwondo! El autobús arrancó y yo me relajé.
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D.R. ©️ Keila Ochoa
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