6 - La magia
Mi papá salió de la cortina con su traje negro de etiqueta, sus anteojos bien montados sobre la nariz y su cabello engomado hacia atrás. De por sí alto, parecía una jirafa al lado del maestro Pérez, mucho más bajito.
Entonces las luces se extinguieron y algo sucedió.
El maestro Estradivario tocó.
Cuando Estradivario Pérez movía el arco, producía sonidos majestuosos. Revisé el programa que tenía en la mano. Por lo general mi mamá me daba una pluma y hacía dibujos en los espacios en blanco. Esa noche no escribí ni siquiera mi nombre.
Leí la pieza: «Partita No. 2, Chaconne, J.S. Bach».
No volví a despegar los ojos del maestro Estradivario Pérez. Mientras escuchaba, sentía ganas de llorar, luego de reír, más tarde de dormir. Pero no como cuando vas en el autobús, o como cuando estás en clase de Español a primera hora. Realmente me tranquilicé. Dejé que mis latidos avanzaran al ritmo de la música, y no pensé en nadie más, ni en don Rigoberto a mi lado, quien por cierto roncó después de los primeros cinco minutos, ni en su esposa, que se la pasaba revisando su celular cada dos minutos.
Mis oídos y mis ojos solo se enfocaron en ese hombre moreno y bajito, que quizá en la calle pasaría como una persona que trabajaba en una oficina, sobre todo si traía esos pantalones viejos que le gustaban, pero que hacía magia con su violín.
¿Magia? Quizá piensas que exagero. Pero deberías haber visto sus dedos cortos y un poco rollizos bailando y produciendo notas. El arco de repente hacía como las alas de un abejorro, luego se mecía con en una barca para mostrar un poco de paz. ¡Era increíble! Lo mejor de todo fue que no estornudó ni una sola vez.
Cuando terminó su intervención, el público lo ovacionó. Todos se pusieron de pie, empezando por el presidente municipal quien despertó justo a tiempo.
Yo los imité. Aplaudí hasta que me dolieron las manos, y luego mi mamá me llevó a los camerinos detrás de las cortinas para esperar a mi papá. Era nuestra costumbre. Mientras estábamos sentados, vimos al maestro Pérez con el estuche de violín bajo el brazo.
—¿Te gustó el concierto, Sinfónico?
—Sí, maestro.
—Espero hagas la tarea para el martes. Algún día tocarás como yo.
Eso lo dudaba, pero decidí que no me haría gran daño practicar.
—Que tengas buena noche.
—Igualmente, maestro.
Me sentí como si hubiera hablado con una estrella del fútbol. Rodrigo no opinaba lo mismo.
—Vaya aburrición —dijo el lunes—. Se me hizo largo y tedioso oír el violín tanto rato. Prefiero el concierto del Día del Niño. El taekwondo es más divertido. ¿Le dirás algo a tu papá?
—Solo faltan cinco clases.
—En ese tiempo cambiaré color de cinta. Debes hacer algo, Luis.
¿Pero qué?
(En el video puedes escuchar la pieza que interpretó el maestro Estradivario).
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D.R. ©️ Keila Ochoa
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