martes, 2 de febrero de 2021

El misterio del zafiro - capítulo 21


 21

—No debí dejarte ir —repetía Ima mientras curaba mis heridas. Hagar había hecho un buen trabajo, pero Ima les aplicaba una sustancia que me dejaría dormir y ayudaría a que cicatrizaran más rápido—. ¿Te duele?

—Un poco. 

Dan llegó con Mío en brazos. Lo colocó a mi lado. 

—Creí que te gustaría verlo. 

—Gracias, Dan.

—No pensemos más en esa familia egipcia. Pronto nos iremos de aquí. 

—Pero, Bubee, faraón dice que no —le recordó Dan. 

—Pues falta poco. Ya verás. 

Justo entonces el tío Rubén llegó.

—Moisés nos ha dicho que no salgamos de casa. 

Todos nos contemplamos con nerviosismo. 

—¿Qué pasará ahora? —preguntó Bubee.

—Oscuridad. Tinieblas. Tres días en que nadie podrá ver a la cara del otro. Moisés ha dicho que si salimos, podremos extraviarnos o tropezar. No se verá nada, pero si permanecemos dentro, las velas funcionarán. Vamos, juntemos comida. 

Todos nos pusimos a trabajar. Ima trajo harina y grano. Bubee buscó verduras y hierbas. Dan y yo preparamos la comida de los animales. Rellenamos sus pesebres y les pusimos agua. El tío Rubén acarreó agua del pozo. Podíamos cocinar dentro de la casa; no había problema. Solo que necesitaríamos leña. Caída la tarde, el cielo comenzó a nublarse. Pero no cayó ni una gota de lluvia. 

Más bien, parecía que una neblina densa descendía y rodeaba las casas. No había visto algo así jamás. ¡Pero qué decía! Desde la primera plaga, todo resultaba aterrador. ¿Qué haríamos encerrados tres largos días? 

—Les contaré del Dios de nuestros padres. Ya es hora que aprendan más de él. 

—Pero él se olvidó de nosotros, Bubee.

—Te equivocas, Adina. Nosotros nos olvidamos de él. Nos sentimos confiados en Egipto. Creímos que ya no requeríamos de su presencia. Pero él nos ha mostrado lo contrario. Llegamos aquí por comida. Pero cuando la hambruna terminó, en lugar de regresar a Canaán, nos establecimos en estas tierras. 

Bubee nos contó de Abraham, ese hombre que escuchó la voz de Jehová en Ur de los Caldeos y dejó su tierra sin saber a dónde iba. Abraham recorrió muchos kilómetros antes de pisar la Tierra Prometida. Pero no fue fácil la vida para el patriarca. La esterilidad de Sara. Problemas con su sobrino Lot. Guerras de reyes vecinos. Finalmente nació Isaac. 

Al día siguiente, Bubee nos narró sobre el patriarca Isaac que encontró esposa de un modo muy peculiar. Ella tuvo mellizos, Jacob y Esaú. Pero Jehová eligió a Jacob y desechó a Esaú. 

Por la tarde, nos platicó de Jacob, el patriarca engañador y mentiroso. Primero timó a su hermano, y en consecuencia su suegro lo timó a él. Tuvo dos esposas y dos concubinas, de las que vinieron doce hijos, entre ellos Dan, el tatarabuelo. 

—Mañana les contaré de José. Ahora a dormir.

Bubee apagó la vela y yo temblé bajo la manta. No se veía nada. No había animales aullando, ni perros ladrando. Tampoco se percibían los ratones rascando las paredes. Solo los ronquidos de la abuela. La respiración de Dan. 

Quizá funcionaría contar ovejas o a los hijos del patriarca Jacob. ¿Eran doce? Rubén, Simeón, Leví… ¿Judá? Sí, el que tuvo problemas con su nuera. Luego Neftalí y Dan. José y Benjamín. Me faltaban cuatro. Isacar. Zabulón. Dos más. 

De repente, un sonido me distrajo. Pisadas fuera de la casa. Me quité la manta y de rodillas fui hasta la puerta. El intruso se aproximaba. ¿Qué hacer? Tal vez se trataba de un egipcio que como venganza planeaba matarnos. ¿O se trataría de algún criminal que aprovechaba la oscuridad para escapar? Debía encender la lámpara, pero eso despertaría a Bubee. Afortunadamente, conocía la casa a la perfección. 

Palpando la pared, me puse en pie y busqué a tientas un palo que el tío Rubén había traído para las emergencias. 

Traté de tranquilizar mi respiración sin grandes resultados. ¿Así se sentiría estar ciego? ¿Vivir con los ojos abiertos pero una completa oscuridad y nada que revelara lo que había afuera? 

Usaría mis otros sentidos. El oído. El olfato. El tacto. Las pisadas se acercaron. Sentí un hueco en el estómago. 

La puerta crujió. Levanté el palo. El extraño dio un paso y ataqué. Para mi mala fortuna, algo se interpuso en mi camino y caí al suelo de boca.


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D.R. ©️ Keila Ochoa

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