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—Ima te regañará —me advirtió Dan.
—Pero ella no se enterará.
—Ya te ha dicho que no quiere a tu cordero en la casa.
Pero yo lo quería cerca. Bubee andaba con dolor de espalda, así que se había acostado temprano. Me recosté en el suelo y tapé con la manta al corderito, quien no se quedó quieto sino empezó a olfatear los alrededores.
—Te lo dije.
De repente, el animalito baló con todas sus fuerzas. La abuela se desperezó con un bostezo.
—¿Qué sucede? ¿Por qué discuten?
—Adina ha traído al cordero dentro de la casa.
Bubee sonrió al percibir que Mío se negaba a cooperar.
—No lo hagas enfadar, Adina. Devuélvelo con su madre. ¿Qué tal si tiene hambre? ¿Le darás leche?
A mi pensar lancé una carcajada.
—Esto me recuerda una historia —suspiró Bubee.
Dan se sentó al lado de Bubee. Hacía mucho que no nos contaba historias, quizá porque se la pasaba repitiendo lo que el tío Rubén decía sobre lo que el enviado de Jehová hacía o no hacía.
—¿Se trata del Dios de nuestros padres? —pregunté con interés. Por fin me enteraría de algún relato para compartir con Manu en mi próximo visita.
—Nuestro padre Abraham había tenido un hijo, después de tantos años de espera.
Recordaba la historia sobre la esposa estéril de Abraham, pero no se me figuraba una histórica con suficiente acción para competir con las leyendas egipcias. Por eso no se la conté a Manu.
—Cuando Isaac, el hijo de la promesa, creció, Dios le ordenó a Abraham llevarlo al monte. Eso solo podía significar una cosa.
—¿Que irían de cacería? —interrumpió Dan.
—Más bien implicaba que Abraham ofrecería un sacrificio.
Dan y yo intercambiamos miradas. Habíamos visto a los egipcios sacrificar un toro en honor de Osiris. También sacrificaban gansos, cabras, vacas y antílopes, pero ¿los hebreos?
—Abraham e Isaac caminaron rumbo al monte con sus sirvientes. Una vez en el lugar, Abraham le pidió a los siervos que permanecieran abajo, en tanto él y su hijo subían. A medio camino, Isaac preguntó: «Padre, traemos la leña y el fuego, pero ¿dónde está el cordero para el holocausto?» Abraham respondió: «Dios se proveerá de cordero».
Al escuchar la palabra cordero, abracé a Mío. ¡Así que el Dios de nuestros padres exigía ovejas! ¡Pues yo jamás dejaría que mi mascota sufriera!
—Una vez arriba, Abraham preparó el altar. Entonces Isaac comprendió. Jehová había pedido que Abraham sacrificara a su propio hijo.
¡Jehová exigía sacrificios humanos!
—Isaac obedeció a su padre y se colocó sobre el altar. Abraham alzó el cuchillo y…
—¡No! ¡Detente, Bubee! ¡No quiero escuchar! —le dije y me tapé los oídos.
—Tranquila, hijita. Déjame terminar. Cuando Abraham estaba a punto de matar a su hijo, un ángel lo llamó del cielo. Le ordenó detenerse, pues Abraham había probado su lealtad a Dios. Desató a Isaac y hallaron a un carnero atorado en unos arbustos, al que ofrecieron en lugar de Isaac.
No había sangre, salvo la de un carnero. Quizá a Manu no le emocionaría la historia, pero a mí me dejó aliviada.
—Ahora a dormir. Vamos, Adina, devuelve a ese cordero con su madre.
Obedecí y caminé al establo. Deposité a Mío junto a su madre, pero le susurré al oído: —No te preocupes. Yo nunca dejaré que nadie te haga daño. No te sacrificaré a ningún dios.
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D.R. ©️ Keila Ochoa
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