martes, 19 de enero de 2021

El misterio del zafiro - capítulo 8




 

8

Unos días después, Ima terminó la túnica de Jendayi y me envió a entregarla. ¡No recogería paja! 

Arrugué la nariz ante el aroma intenso que provenía del río; un olor fétido, como cuando se echa a perder la comida. Unos metros más adelante, descubrí el desastre. Peces muertos se apilaban en las orillas. Me cubrí la nariz con la mano, pero no ayudó mucho. Decidí entonces cortar unas hierbas y olerlas. Resultaban más aceptables que ese aroma a muerte. 

¿Por qué se veían tan rojizas las aguas del río? En el barrio teníamos un pozo comunitario. Quizá por eso no nos habíamos enterado de los problemas en los barrios egipcios.

En casa de Manu reinaba el silencio, algo inusual. Num tomó la túnica.

—Aguarda aquí por instrucciones. 

¿Debía ir en busca de Manu? Mis pies me guiaron a la piscina. ¡Se veía roja! Seguramente Manu no nadaría esa mañana. Entonces lo descubrí en el jardín y él me hizo una seña. 

—Hace días que no vienes.

—Mi madre se demoró un poco en preparar la túnica de tu hermana. Hemos tenido más trabajo que de costumbre. ¿Jugaremos al senet?

—Hoy no. Vamos a caminar. 

—¿Y Sargón?

—Mi madre lo ha enviado a buscar unas hierbas. Tenemos un invitado especial, por eso mi padre ha ordenado que guardemos silencio. 

Nos internamos por la parte trasera de la casa hacia los corrales, las caballerizas y los graneros. 

—¿Y qué le pasó a la piscina? 

—Le ponemos agua del río y los magos las tiñeron de rojo.

—¿Y por qué lo hicieron? Eso afectará a las familias. 

—Eso díselo a Moisés, el hebreo. Él empezó. 

No comprendí nada, pero el malhumor de Manu me hizo guardar silencio. Nos aproximamos a un corral más grande que el resto, vigilado por muchos soldados. Me detuve por instinto. Los soldados siempre representaban problemas, sobre todo para una esclava. 

—Él es Rojo. 

Señaló un corral grande y observé un toro que rascaba el piso con su pata delantera. Jamás había visto un ejemplar tan corpulento. 

—Los sacerdotes de Apis lo han elegido para ser el siguiente toro sagrado, pero temen que se enferme con las aguas del río. Su templo está cerca de la ribera y deben protegerlo. Mi padre ofreció cuidarlo unos días. No debemos acercarnos o podríamos caer en una maldición. Por eso traigo esto. 

Se descubrió la parte delantera de su túnica. Manu traía colgado el ojo de Horus.

—Tu padre…

—Mi padre no se ha dado cuenta. Salió temprano al palacio del faraón. Estos días son encuentros y más encuentros con el tal Moisés. Mi madre ha ido al templo de Isis para rogar que el río vuelva a la normalidad. Y dime, Adina, ¿has visto a Moisés? Me gustaría conocerlo. Estudió con faraón cuando eran niños. Fue criado por una gran dama egipcia, aunque se rumora que era tartamudo, un poco lento para aprender. Mi padre dice que ha cambiado. 

Todos hablaban de Moisés, el enviado de Jehová. 

—Quizá deba devolver el zafiro. Acompáñame. 

Nuevamente atravesamos la puerta secreta y entramos al recinto sagrado. 

—Cuéntame alguna historia de tu Dios, Adina. Quiero conocerlo. Mi padre me ha enseñado que para ganar una guerra hay que entender al enemigo. 

—Pero no estamos en guerra —interrumpí nerviosa porque no sabía ni una sola historia del Dios de mis padres.

—Moisés ha declarado enemistad entre los hebreos y los egipcios al exigir permiso para ir a sacrificar a su Dios. Eso es guerra. 

Para mi fortuna, unos pasos oímos unos pasos, así que Manu dejó el zafiro y salimos al pasillo. Num se dirigía a la puerta principal, así que con una indicación, nos despedimos y yo llegué justo a tiempo a la entrada para no ser descubierta. Num me entregó unas telas y me dio instrucciones. ¿Dónde estaba Hagar? ¿Y la señora Nefertiti? 

Me marché con un extraño malestar en el estómago, pero con una resolución. Aprendería alguna historia de mi Dios para poder contarla a Manu en la siguiente visita. 


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D.R. ©️ Keila Ochoa

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