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Manu batió las manos y apareció Sargón a quien le encargó su senet. El senet nos había unido. En tanto Sargón iba por él, Manu mordió un higo y yo recordé lo que había sucedido unos seis meses atrás.
Como de costumbre, aguardaba instrucciones para mi madre, pero debido a que ese día los esclavos pulían el piso, Num me ordenó que esperara en el jardín. Escondida detrás de los árboles, donde pensaba dormitar un poco, escuché la conversación entre Manu y su esclavo.
—Vamos, Sargón. Debes aprender senet para entretenerme. Me encanta jugarlo, pero es un fastidio pedir a Kaffe que lo haga conmigo. Se cree mayor, y que ya ha pasado los juegos infantiles. En el fondo es porque siempre le gano. Jendayi es mujer; no me ofrece batalla. Escucha las reglas. Colocas las piezas así, sobre la primera fila. Intercalas las blancas y las negras, comenzando por la ficha blanca en el primer casillero.
Me asomé un poco para observar. Para cuando Manu finalizó su cátedra, Sargón lo contemplaba con la mirada perdida. Manu se enfadó y tiró las piezas al suelo.
—¡Por todos los dioses! ¡Estoy rodeado de tontos!
Una de las fichas rodó hasta mis pies. Sin más remedio, levanté la ficha. Manu apareció y me contempló con sorpresa.
—¿Y tú quién eres? ¿Qué haces aquí? ¡Ah, ya lo recuerdo! Eres una esclava hebrea. Vienes por encargos de costura. Anda, levanta todo esto y acomódalo. Sargón, vete de aquí.
Humillada ante sus gritos, obedecí. ¡Qué niño tan enojón! Y tal como lo ordenó, coloqué las fichas en la posición correcta, mientras Manu acariciaba a su gato. Entonces Manu arrugó la frente.
—¿Sabes jugar?
—No, amo. Pero he oído las reglas y podría intentarlo.
Manu se encogió de hombros.
—¿Una esclava? ¿Una niña? Veamos si puedes.
Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Además de mi prodigiosa memoria, tengo otro talento. O defecto. Me encanta la competencia. Así que me esforcé. Obviamente, Manu ganó esa primera partida, y no permitía que yo lo olvidara. Sin embargo, desde ese día, cada vez que yo visitaba la casa, jugábamos al senet. Si no concluíamos el juego, las piezas se quedaban tal como las habíamos dejado para reanudar la partida.
Manu llevaba la cuenta de partidos ganados y perdidos. En ese momento, íbamos cinco a cinco.
—¿En qué piensas? —me preguntó Manu y volví al presente.
Sargón regresó con el tablero de madera y nos acomodamos para combatir por el destino. Ese día iniciábamos una nueva partida, lo que me hizo sonreír. ¿Quién ganaría?
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D.R. ©️ Keila Ochoa
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