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La tenue luz de dos antorchas en las paredes reveló la habitación. Nos hallábamos en un cuarto mediano con un altar al frente.
—Estos son nuestros dioses —susurró Manu con respeto.
Se inclinó ante las estatuas, luego me miró de soslayo, pero no insistió en que lo imitara. Reconocí a Ra, el dios sol. Sin embargo, el altar principal honraba a Horus, el dios con cabeza de halcón, alas desplegadas y cuerpo fuerte.
—Horus es el guardián de mi familia, nuestro protector. Es hijo de Osiris e Isis. El dios de la sabiduría lo instruyó y crió, hasta convertirlo en el más grande guerrero de todos los tiempos. Uno debe congraciarse con Horus pues en el juicio final aboga por los muertos.
Los dibujos en la pared más cercana mostraban a Horus en todo su esplendor: con su doble corona sobre la cabeza, su lanza en mano y una espada al costado. Manu se aproximó al altar donde había una sencilla caja de madera. Se veía tan común al lado del resto que pasaba desapercibida. Sin embargo, Manu la sujetó con sumo cuidado y la abrió poco a poco. Lancé un gemido cuando descubrí el contenido.
¡El ojo de Horus! Lo había visto colgado del cuello del gran Zaid. También lo reconocí como el grabado en la puerta de la casa y el tatuaje en el hombro derecho de Kaffe, el hermano de Manu.
—A los trece años me iniciaré en su culto y tendré mi propio tatuaje —comentó Manu con orgullo.
—¿Y qué hace el ojo?
—Es mágico. Cuando Horus luchó contra Set para vengar a su padre, perdió el ojo izquierdo. Pero Thot, el dios de la sabiduría, le dio un ojo especial dotado de poderes. Mi padre dice que con el ojo de Horus en casa nada malo nos ocurrirá.
La pupila del ojo era una piedra azul brillante.
—Es un zafiro. Mi padre pagó una fortuna por él. Debemos irnos.
Salimos de la sala en silencio. Manu regresó al ladrillo a su lugar y de puntillas recorrimos el pasillo hasta el jardín.
—¿Qué te ha parecido?
—Magnífico.
—Y dime, Adina, ¿cómo es tu dios?
No supe cómo responder. Jamás había visto una pintura o una estatua que lo representara; ignoraba de dónde venía o qué había hecho. ¿Habría luchado contra otros dioses? ¿De quién era hijo?
—¿Tiene amuletos?
—No lo sé.
Manu me miró con compasión.
—Mejor juguemos.
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D.R. ©️ Keila Ochoa
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