—¿Qué haces aquí?
La voz de Kaffe resonó en el santuario. ¿Qué hacer? No hice nada.
—¿Quién eres? ¡Ya te reconozco! La hebrea que remienda túnicas.
Kaffe se veía enorme desde su posición. Lucía alto, con el rostro colorado por la furia. Traía el cabello más largo que Manu, pues se había cortado la trenza de la infancia, aunque no llegaba a la barbilla del gran Zaid.
—Seguramente tú has robado el zafiro.
—No, señor…
—¡Silencio! ¡Ponte en pie! ¡Num!
Num llegó enseguida. Entró por la puerta secreta, la que estaba abierta de par en par. ¡Un momento! ¿Así que todos conocían cómo entrar?
—¿Dígame, amo?
—Mira lo que he encontrado. Venía cruzando el pasillo cuando percibí la pared abierta. ¡Y me topó con una ladrona!
Los ojos de Num me atravesaron con odio.
—¿Qué hacemos, amo?
—¿Qué son esos gritos?
La dama Nefertiti apareció. No venía maquillada, por lo que lucía fatal.
—¿Qué hace este esclavo en el santuario?
—Es el ladrón, mamá.
—No, señora. Yo no tengo nada.
La dama Nefertiti se acercó con el ceño fruncido.
—Ponte en pie. Por supuesto que debía ser una hebrea. ¿Quién más? ¡Vamos! Dame el zafiro.
—Pero yo no lo tengo…
—Seguramente se lo llevaste a tu madre, esa bruja…
No toleré que insultara a Ima, así que grité con todas sus fuerzas: —¡No soy una ladrona!
Pero la dama Nefertiti me soltó una bofetada que casi me rompe el cuello. Me llevé la mano a la mejilla. Nadie me había golpeado antes. Ni mi padre, ni mi madre, ni Bubee. ¡Qué humillación!
¿Y dónde estaba Manu? Él aclararía toda la situación. Pero no apareció él, sino su padre. El gran Zaid alzó las manos.
—¿Qué hacen todos aquí? ¡Fuera! Estamos contaminando el santuario.
—Pero, papá…
—Me darán explicaciones en otro lugar. ¡Por todos los dioses, Nefertiti! ¿Quieres más maldiciones sobre esta familia?
Num me sujetó del brazo con tal fuerza que hundió sus dedos en mi piel. En cuanto Manu apareciera, todo se solucionaría. Y así, Num me arrastró a la sala principal donde Zaid escuchó las acusaciones.
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D.R. ©️ Keila Ochoa
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