jueves, 28 de enero de 2021

El misterio del zafiro - capítulo 17



 17

Volví a un rincón, el más apartado de la ventana, para no escuchar el estruendo. No podía regresar a mi casa con semejante tormenta. Manu se acercó y no habló de Sargón. Seguramente ni se dio cuenta que se había marchado. 

—Si Sargón no robó el zafiro, ¿quién lo hizo? —siguió preguntando.

—Algún otro sirviente —propuse. 

En eso, igual que como empezó, la tormenta cesó. Sus estragos habían marcado los alrededores, pero Num me entregó más ropa para lavar y yo huí en cuanto pude. 

Bubee me recibió con un abrazo.

—¿Dónde te metiste, hijita? ¡Jehová sea bendito que has vuelto con bien!

Ima también lucía descompuesta. 

—El granizo fue terrible. 

—¿Cuál granizo? Hoy ha hecho un sol hermoso —comentó Dan con Mío al lado.

¿Cómo era posible que hiriera de tal modo las tierras de Zaid y no las de mi comunidad, tan cercana a ellas? Repetí las palabras de Sargón. Mi Dios derrotaba a los egipcios. Debería sentirme feliz. ¿Entonces por qué no sonreía?

Pero ¿cómo iba a sonreír cuando debía seguir lavando ropa? 

—No le debes nada a esos egipcios, Elisabet. Dile a Adina que la devuelva tal como está —sugirió Bubee. 

Quizá me salvaría de ir al río. Ima analizó la propuesta. 

—Pero tú me has enseñado a cumplir con mis obligaciones. Sería irresponsable. Además, ¿qué culpa tienen los niños de esa familia?

—Entonces que sea la última vez —decretó Bubee.

Sargón se había escapado. El zafiro no aparecía. Las plagas cada vez eran más terribles. ¿Y además lavar ropa? 

Entonces, a media noche, como si un rayo volviera a partir el cielo en dos, desperté con el corazón palpitante. Mi prodigiosa memoria no me falló. Ese día era el décimo, desde que se inició nuestro calendario hebreo por mandato de Moisés. Eso implicaba una sola cosa. Ese día se elegiría al cordero.

Salí temprano y me llevé a Mío a los campos más cercanos que pertenecían al templo de Osiris. Desde las plagas, había poca gente trabajando en ellos. El granizo no había afectado al trigo, pero aún así, no se veía un solo campesino en las inmediaciones. Me senté con Mío cerca. ¿Qué pensaba hacer?. ¿Dejarlo libre? Algún animal salvaje lo devoraría. ¿Ocultarlo? ¿Dónde? ¿Cómo? Dejé que las horas pasaran, hasta que escuché a Ima.

—¿Dónde te habías metido, Adina? Me darás un susto que me enviará a la tumba uno de estos días. 

—Yo…

—Bubee tenía razón. Andas ocultando a Mío. Pero ven, debemos irnos. Una plaga atacará los campos en las próximas horas. 

Obedecí por miedo. Si se parecía un poco al granizo, no quería estar presente. 

En el camino, Ima habló con tranquilidad. 

—Sé lo que sientes. No quieres perder a Mío. 

Las lágrimas me traicionaron.

—Es mi mascota

—¿Y no se te ha ocurrido que Bubee también tiene miedo? Si Mío no da su sangre, el tío Aholiab morirá, así como su hijo mayor. 

Al principio, cuando Moisés avisó aquello del ángel de la muerte, no lo creí. Sonaba demasiado fantasioso. Pero después de la sangre en el río, las ranas, los mosquitos, las moscas, la muerte del ganado, las úlceras en Manu y el granizo, ya no estaba tan segura.  El Dios de Abraham era poderoso.

Habíamos llegado a casa. 

—Quizá Mío ha nacido para esto. Dios lo envió al mundo para que tomara el lugar de muchos. Muchos dependen de él. Y creo que si él hablara, estaría dispuesto a dar su vida. 

Aún así me dolía, y mucho.


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D.R. ©️ Keila Ochoa

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