16
Después que gané la partida de senet, Manu se asomó por la ventana. El granizo continuaba. Dos árboles del jardín se habían desplomado ante el ataque celestial.
—Tengo una idea. Quizá Sargón trae el ojo de Horus colgando de su cuello. Si hacemos que se ensucie y se cambie, podemos descubrirlo.
Preparamos todo en la habitación de Manu, quien hizo llamar a su esclavo personal. Habíamos colocado un cubo con lodo, el que recogimos de lo mucho que se iba amontonando en ventanas y puertas debido a la tormenta. Amarramos el cubo con una soga. En el momento exacto, yo tiraría de ella y el lodo cubriría a Sargón.
Escuchamos las pisadas. Supliqué que se tratara de Sargón y nadie más. ¿Qué tal si ensuciábamos a Jendayi o a Kaffe? ¿A la dama Nefertiti o al gran Zaid? Pero Manu me hizo una seña y el chorro cayó sobre Sargón, quien lució descompuesto de la ira, en tanto Manu se deshacía en carcajadas. Yo no reí. Ni siquiera lo disfruté. De hecho, me atormentaba la culpa. ¿Qué sentiría en el lugar de Sargón? ¡Qué humillación! ¡Qué mala broma!
—Anda a limpiarte, esclavo.
Sargón se dio la media vuelta. Manu lo siguió y se ocultó detrás de una cortina. Yo aguardaba en un rincón, triste por lo que había hecho. Sargón no merecía ese maltrato. Los dos éramos esclavos.
—No tiene el ojo —me dijo Manu cuando regresó y se puso a ver por la ventana nuevamente. Yo decidí salir al pasillo y esperar instrucciones. En eso, Sargón salió y yo lo detuve.
—Lo siento, Sargón.
Él me contempló con extrañeza.
—¿De qué hablas?
—Siento haberte ensuciado. Siento que te hayan castigado por mi culpa hace unos días.
Sargón se rascó la cabeza.
—No entiendo, hebrea. ¿Por qué te disculpas cuando tu Dios está derrotando a los egipcios? Deberías sentirte… feliz.
¿Feliz? ¿No escuchaba los truenos que rompían con el silencio a cada instante?
—Estoy seguro que la broma fue obra de Manu. ¿Pero qué buscaban?
—Pensamos que tú habías robado el zafiro y lo traías bajo tus ropas.
—Si lo hubiera robado no lo traería en mí. Ese zafiro está maldito. Escucha, hebrea, ¿quieres reparar tus afrentas? Entonces haz algo por mí. Algo sencillo. Quédate aquí con Manu y no preguntes por mí.
—¿Escaparás? —Sargón traía en su espalda un pequeño bulto—. No debes salir. Es peligroso. Moisés dijo…
—Esta es mi mejor oportunidad.
No me dio tiempo a responder pues corrió rumbo a la puerta. Me abalancé hacia la ventana que daba al camino de tierra que seguramente Sargón tomaría. En unos segundos, observé la silueta del chico luchando contra el granizo. Sus pies se hundían en el lodo complicando su avance. Un relámpago alumbró, luego la oscuridad impidió que lo viera. Otro rayo de luz reveló que había cubierto unos cuantos metros. Yo le pedí al Dios de mis padres que lo protegiera.
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D.R. ©️ Keila Ochoa
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