lunes, 25 de enero de 2021

El misterio del zafiro, capítulo 14



 14

—Vamos, Adina. Hora de ir a dejar estas prendas —ordenó Ima. 

Num me recibió con cierta alegría.

—Has venido en buen día.

Tomó el encargo y ni siquiera lo revisó. 

—¿Tu madre lava? La mitad de los esclavos ha enfermado. Otros han huido, y unos más se niegan a trabajar. Le pagaremos bien a tu madre si en dos días nos devuelve la ropa limpia. A ustedes los hebreos, al parecer, no les afecta la epidemia. 

Mi madre no lavaba ajeno. Le costaba trabajo ir al río y tallar. Pero Num me mostró los anillos de cobre y supuse que no se negaría.

—Iré por la ropa. Tardaré un poco, pero no te vayas.

Me senté en un banquillo. Manu no aparecía por ningún lado. De repente, Sargón asomó su rostro y me hizo una seña. Lo seguí hasta la habitación de Manu. ¡Qué enorme era! En ella dormirían hasta diez hebreos.

Manu reposaba sobre unos almohadones. Me mordí el labio al contemplar la piel ulcerada de mi amigo.

—Déjanos solos —Manu le dijo a Sargón. 

Me acerqué a su lecho. 

—Debemos encontrar el ojo de Horus, Adina. Estamos desprotegidos. Mi mamá está enferma, así como Jendayi y Kaffe. Solo mi padre continúa con salud. Quien haya robado el zafiro, sabía lo que hacía. 

—Por eso mismo, no pudo ser alguien de tu familia, Manu. 

—Eso ya lo sé. ¿Pero quién? ¿Qué esclavo se atrevería a desafiar a los dioses?

—Alguno que creyera en otros dioses y que pensara que sus dioses son más poderosos. O alguien que deseara venganza. 

Manu me envió una mirada extraña, pero gimió por el ardor en la piel. 

—Sargón me sigue a todas partes. Quizá ha visto cuando abro la puerta secreta. Es como una sombra maligna, constantemente espiándome. 

—Es su trabajo.

—Pero tú lo has dicho. Tal vez quiera venganza. No me perdona que no lo defendí el día que mi madre lo mandó castigar. El día que a ti te correspondían diez latigazos. 

Yo no deseaba recordar ese día. 

—Quizá debamos volver al santuario para buscar pistas. Una piedra, un trozo de tela, un hilo. 

En eso, Sargón tocó la puerta y los dos intercambiamos miradas. 

—Ten cuidado —le advertí al despedirme.

Num ya me aguardaba en la puerta con un bulto de ropa sucia. Sentí un escalofrío. Mi madre no podría con todo. Bubee y yo tendríamos que ayudar. Pero valía la pena. Más dinero, mejor comida. Sin embargo, me alejé con un mal presentimiento. ¿Y si Sargón había robado el zafiro? 

 

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D.R. ©️ Keila Ochoa


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