13
—Bubee, ¿por qué debemos irnos? Me gusta Egipto.
Bubee me miró con horror.
—No sabes lo que dices, hijita. ¿Lo ves, Ima? Crecer como esclavos nos ha hecho pensar como esclavos. Pero somos un pueblo especial, Adina.
¿Sabría Bubee que Moisés era un asesino?
—Nuestro padre Abraham tenía sus ganados. Muchas ovejas y cabras, camellos y caballos. Era un hombre rico. Isaac continuó con la bendición de la libertad. Podía moverse a sus anchas, sin que nadie lastimara su espalda ni le prohibiera el alimento. ¿No te gustaría leer y escribir? ¿Tener una casa grande y hermosa?
Por supuesto. Anhelaba una casa como la del gran Zaid y una piscina como la de Manu. ¿Por qué no las podía conseguir en Egipto? Bubee pareció leer mis pensamientos.
—Aquí siempre seremos esclavos y extraños. Esta no es nuestra tierra. Cada pueblo cuenta con su propio territorio. Nosotros salimos de Canaán por el hambre, pero debemos volver y recuperar lo nuestro. Labrar nuestros campos, cosechar nuestros frutos, hacer nuestro propio pan.
Desde que el enviado de Jehová llegó, Bubee ya no caminaba tan encorvada, ni pasaba tantas horas sentada. De hecho, había comenzado a empacar.
—Deja de pensar como esclava, Adina. Eres una hija de Sara. Actúa como tal.
Enderecé la espalda y me imaginé una nueva vida: ganar el senet sin sentirme culpable; comer a mis anchas en una cocina como la de Manu; nadar en mi propia piscina.
Esa tarde jugué con Mío. Debía idear una manera de salvarlo, pero quizá Mío había exagerado. Nosotros no habíamos sufrido las últimas plagas, quizá no había por qué poner la sangre en el dintel. Además, Moisés especificó que, si una familia era muy pequeña, podían compartir el cordero con otras. Revisé el establo. ¿Cuántos corderos machos de un año había? Solo cinco. Apenas y alcanzarían para la gente del barrio.
«Algo se me ocurrirá», pensé. Por lo pronto, debía pensar en volver a casa de Manu a dejar el encargo de Ima.
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D.R. ©️ Keila Ochoa
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