viernes, 22 de enero de 2021

El misterio del zafiro - capítulo 11



 11

—¡El enviado está aquí!

Salí de la parte trasera de la casa, donde había estado jugando con Mío. El vecino en cuestión anunciaba el mensaje a los cuatro vientos, y Bubee se preparaba para acudir al encuentro. 

Yo deseaba ver a Moisés cara a cara. ¿Sería como el gran Zaid? El padre de Manu tenía el rostro moreno, el cabello hasta los hombros y un pecho de toro. Además hablaba con una voz profunda, ronca y varonil. ¡Y qué decir de esas piernas que se asomaban por la túnica como los troncos de un árbol! Solo le faltaría la máscara de Horus para parecerse al dios.

Pero seguramente Moisés sería más interesante. ¿Alto y musculoso? ¿Rubio y de ojos claros? ¿Voz como trueno? Dan venía a mi lado. La comunidad entera se reunió frente a casa del tío Aholiab. Me hice paso entre los adultos hasta las primeras filas, donde otros niños ya se acomodaban para el discurso. 

El tío Aholiab traía una túnica sencilla y la barba crecida. A su lado había dos hombres, pero ninguno de ellos podría ser Moisés. ¡Imposible! Los dos eran ¡viejos! Pasaban de los ochenta años. Además, Moisés vestiría algo más egipcio y menos hebreo. No traería barba, sino estaría afeitado como un hijo de faraón. ¿Acaso no había vivido en el palacio del rey? Traería algunas joyas, como el ojo de Horus. 

—¿Ese es Moisés? —preguntó Dan con un poco de desencanto.

El más bajito de los dos hombres junto al tío Aholiab alzó las manos. 

—Pueblo de Israel, Jehová me ha enviado para libertar de los oprimidos. El brazo de Jehová hiere a los egipcios. 

¡Su voz! Un tanto aguda; un tanto opaca. De hecho, se percibía cierta indecisión. 

—La sangre en el Nilo, las ranas, los mosquitos, las mo…moscas….

¿Cuáles moscas? 

—Todas han tocado y herido a Egipto, pero Jehová nos ha protegido de sus efectos. 

Manu se decepcionaría de Moisés. Un hombre común y corriente. Más blanco que la piel morena egipcia; un poco más alto que Zaid, pero de complexión delgada. 

—Ahora la dolencia toca a su ganado. Faraón pronto cederá y nos dejará volver a la tierra de nuestros padres. 

¿Quién hablaba de mudarse? Bubee lo había sugerido, pero pensé que la libertad implicaría solamente un cambio de oficio. Los hebreos no haríamos más ladrillo. Tendríamos oportunidad de construir casas más grandes. ¿Pero marcharse? ¿A dónde?

—Jehová nos ha dado esa tierra en la que fluye leche y miel. 

Pero a mí me agradaba el río. ¿Habría un río a donde quiera que fúeramos? ¿Cocodrilos y vacas? ¿Ranas y gatos? ¿Y qué de Manu? 

—Jehová ha oído nuestro clamor. 

Ya no estaba tan segura si esa era una buena noticia. 

—Ahora, escuchen con atención. A partir de ahora, este mes será el primer mes del año para ustedes. Anuncien a toda la comunidad de Israel que el décimo día de este mes cada familia deberá seleccionar un cordero o un cabrito para hacer un sacrificio, un animal por cada casa. 

¿Un cordero? ¿Un cabrito? Me retorcí incómoda.

—El animal seleccionado deberá ser un macho de oveja o de cabra, de un año y que no tenga ningún defecto. Cuiden bien al animal seleccionado hasta la tarde del día catorce de este primer mes. Entonces toda la asamblea de la comunidad de Israel matará su cordero o cabrito al anochecer. Después tomarán parte de la sangre y la untarán en ambos lados y en la parte superior del marco de la puerta de la casa donde comen el animal. Esa misma noche, asarán la carne al fuego y la comerán acompañada de hojas verdes y amargas, y pan sin levadura. No comerán nada de la carne ni cruda ni hervida en agua. Asarán al fuego el animal entero con la cabeza, las patas y las entrañas. No dejen ninguna sobra para el día siguiente. Quemen todo lo que no hayan comido antes de la mañana. Esa noche pasaré por la tierra de Egipto y heriré de muerte a todo primer hijo varón y a la primera cría macho de los animales en la tierra de Egipto. Ejecutaré juicio contra todos los dioses de Egipto, ¡porque yo soy el Señor! 

Esa noche, Bubee me hizo repetir cada palabra.

—¿Comprendes lo que eso significa, Adina? 

Entendí a la perfección y mis ojos se llenaron de lágrimas. Mi cordero moriría para que el tío Aholiab viviera. Pero yo no lo permitiría. Algo se me ocurriría. Aún faltaban catorce días. 

 

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D.R. ©️ Keila Ochoa

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