1
Desperté por los gritos de mi abuela.
—¡No, no! ¡Dejen a mi hijo!
Para cuando busqué algo de luz, mi madre, ya había descorrido la cortina que la separaba del resto de la familia y traía una lámpara encendida. Yo dormía en el suelo debido al calor, así que me quité de encima la manta y corrí al lado de la abuela. Ella solía tener pesadillas; terribles pesadillas que le espantaban el sueño durante la noche.
—Tranquila, Bubee. Todo está bien —le decía Ima, mi madre.
Bubee suspiró con alivio y dejó de repetir «no, no, no».
—Dan, ve por un poco de agua —mi mamá le mandó a mi hermano Dan, menor que yo por cinco años—. Adina, ayúdame a levantar a la abuela.
Ayudé a Ima a que Bubee se enderezara. Sabía de dónde venían las pesadillas. Había escuchado la historia tantas veces durante mis once años de vida que la podía recitar palabra por palabra. Debo confesar que uno de mis más grandes talentos —o defectos, dependiendo las circunstancias— es mi memoria. Aprendo todo lo que escucho.
Pero debo hablar de Bubee. Tiempo atrás, el faraón en turno, molesto con nosotros los hebreos por multiplicarnos con rapidez, ordenó a las parteras matar a los niños varones y dejar con vida a las niñas. Yo siempre digo que es porque las niñas somos más importantes, pero Dan se enoja conmigo.
Para mala fortuna del faraón, las parteras no le hicieron caso. Ahí está mi tío Aholiab como prueba. Pero cuando el faraón se enteró sobre lo que Fúa y su otra compañera partera hacían, se enfadó y no confío en ellas, sino que envió a los soldados.
Los soldados siempre son malas noticias para los esclavos. Y no fue la excepción. Bubee estaba embarazada y comenzó con los trabajos de parto. Rogó que se tratara de una niña, pero nació un varoncito rojo y gritón.
Bubee planeaba llamarlo Dan. Los soldados arrebataron el bebé de brazos de Bubee y el resto es historia. Por eso Bubee a veces llora por las noches. El nacimiento de Elisabet, mi madre, poco la consoló. Más tarde llegó el tío Rubén. Para entonces faraón ya no mataba niños porque su hermana, la princesa, lo convenció de lo contrario. Cuentan que ella misma adoptó a un niño hebreo y por eso abogó por nuestro pueblo.
Dan volvió con el agua y todos regresaron a dormir. Yo me quedé con Bubee un poco más. Ella habló mientras yo acariciaba su cabello blanco.
—Pronto terminarán las pesadillas, hijita mía. El Dios de nuestros padres por fin ha oído mis ruegos. He oído que su enviado ya está aquí. Ha hablado con faraón, y pronto seremos libres. Volveremos a nuestra tierra. El Dios de nuestros padres nos ha escuchado.
—Bubee, ¿quién es el Dios de nuestros padres?
Bubee chasqueó con la lengua.
—Hace tanto que no lo mencionamos en esta casa que tú ni siquiera lo conoces. Pero las cosas cambiarán de ahora en adelante. Ya no será un secreto.
A mí me agradaban los secretos. Hasta la fecha me emocionan. En ese entonces tenía uno en especial que guardaba celosamente. Y esperaba que la visita del enviado del Dios de mis padres no lo echara a perder.
Ninguna porción ni parte de esta obra se puede reproducir para fines de lucro
Todos los derechos reservados.
D.R. ©️ Keila Ochoa
No hay comentarios.:
Publicar un comentario